lunes, 13 de agosto de 2012

Un día de lluvia

Se encontraba parado detrás de las rejas del anden opuesto. De todas las personas era el único que no le temía a la lluvia y el único que me desafió con su mirada terriblemente oscura y penetrante. Su cabello negro y mojado resaltaban su piel blanca y sus labios rojo sangre. Sin lugar a dudas, toda su figura me incitaba a rendirme a su contemplación. Entonces, observé su rostro y me recordó tanto a otros rostros, a tantos otros tiempos.
Sin miedo a perderme en aquel ente de mediana estatura, con mi ojo izquierdo tapado por mi flequillo -el tenía tapado el ojo inverso- no podía dejar de mirarlo y viajar. Todos los mundos se hicieron posible en aquel misterioso semblante. Asimismo, recordaba todos aquellos momentos en que ese mismo rostro me había acompañado: soledad, depresión, tristeza. En ese instante, me di cuenta de que no le importaba morir.
De un momento a otro, empezó a llover con más intensidad. El tren se asomaba, a través de la neblina, muy despacio; no obstante, un dolor inmenso me atravesó el cuerpo por quien ya no se encontraba detrás de la verja, sino de frente a mí. Sin poder hacer nada, aunque quisiera, fui testigo de como lo arremetió el tren. Turbada y temblorosa subí con los ojos cerrados al vagón. Me apoyé contra la ventana, cuando me animé a mirar vi que seguía parado. Por un segundo el tren embistió contra su imagen, matándolo imaginariamente o en otra realidad que se proyectó entre los dos. O, quizás, en secreto yo quería que muriera. O simplemente el decidió no suicidarse.
La cuestión es que, a medida que el tren me apartaba de un el, su cuerpo palidecía en mi retina. 

No hay comentarios: