miércoles, 10 de agosto de 2011

Los cerezos

Me gusta escribir y lo hago de manera amateur, desde chico disfruto de la lectura de grandes autores. Me encanta la idea de expresar en palabras todo aquello que luce imperceptible a los ojos humanos. Aunque mis padres pensaron que estudiaría Letras me recibí de biólogo con honores a las 25 años, a todos les sorprendió mi elección ya que todos mis profesores de literatura halagaban mis escritos. Quizás podría haber sido un buen escritor, no lo sé. Cuestión es que mi verdadera pasión en la vida es observar el comportamiento de los organismos vivos y su reproducción, especialmente, el de los hombres.


Actualmente no escribo demasiado porque mi trabajo en el laboratorio es demandante. Confieso que me gustaría hacerlo con más regularidad. Sin embargo, el otro día mientras desayunaba se me ocurrió escribir algo que recordé con nitidez. Todo fue por un acto de asociación simple, había ido a almorzar con un colega al parque y al lado del árbol que se alzaba por encima de nuestro banco vi como las flores de cerezo adornaban el terreno. Entonces, al ver caer algunos pétalos me trajo el recuerdo de la mujer de la que me había enamorado cuando era joven.


Su nombre era Agatha, era la única hija de los amigos de mis padres y mejor alumna del colegio al que yo asistía. A pesar de que era mayor que yo por dos años siempre que hablábamos la diferencia de edad era nula. Su familia era una de las mejores del barrio, no obstante ella resaltaba de esa aristocracia con su manera de ser: simple y rebelde. Solía usar vestidos rayados, cuadrilles o con lunares solo para molestar a su madre y su abuela que tanto los odiaban. Si bien, los datos que proporciono de ella no hablan mucho de su personalidad rebelde considero que de todas las personas que conocí en mi vida Agatha en su entorno era muy combativa. Quizá por eso me enamore de ella, yo nunca me caracterice por tener ese fuego que parece fundir hasta el hierro más duro de la tierra. Ella era pasión pura.


Cuando éramos niños casi ni nos podíamos ver, pero siempre que lo analizo me doy cuenta de que era por ese temor característico de los niños a no mezclarse entre sexos (aunque uno no tiene noción de ello en la infancia). Con el paso del tiempo nos fuimos acercando más por nuestros gustos literarios, nos prestábamos libros y organizábamos debates de lectura. No obstante, no fue hasta los 16 años que me fije en ella como una mujer. Cuando la veía podía imaginar mi libido explotando como los volcanes en plena erupción, cuando la olía su perfume se impregnaba en mi olfato y me acompañaba hasta el siguiente encuentro con ella y cuando la tocaba mi sangre hervía tanto que mis ojos se dilataban dejándome ciego.


Nunca supe de donde saque el valor para decirle que la amaba ni tampoco esperaba que ella me dijera que sentía cosas por mí, todo fue muy rápido y eso me atraía más. Ella fue la primera mujer con la que hice el amor, y era a este punto donde quería llegar porque justamente lo que recordé fue aquella primera vez. Las flores de cerezos están relacionadas con aquel momento porque con Agatha habíamos acordado que lo haríamos cuando cayeran los primeros pétalos. Por eso, todos los días miraba por mi ventana al cerezo de mi patio para ver si había alguna flor caída.


El 15 de abril de ese año cayeron las primeras flores de cerezo, lo recuerdo bien porque lo anoté en mi cuaderno de matemáticas. Ansioso, la llamé por teléfono y le dije que iría a su casa para entregarle toda mi pasión. Cuando llegué me arrastro por las escaleras y me llevo a lo que parecía ser su pieza. Dejo caer su vestido cuadrille verde ante mí y se acostó suavemente en el diván del dormitorio. Sorprendido, empecé a desvestirme con torpeza revoleando mis cosas por todos lados. No sabía bien que hacer, en las clases de educación sexual no te dicen que pasos físicos tenés que seguir, creen que con una banana y un condón pueden enseñarte todo lo referido al tema.


Su sexo se abrió ante mí como aquel paisaje indescifrable y de jamás acabar, acaricié su cuerpo desnudo como si supiera palpar nubes. Besé sus labios y la mire examinando su belleza hasta el más mínimo detalle con nerviosismo y excitación exagerada como aquel cirujano a punto de realizar su primera operación. Fue increíble o por lo menos eso me pareció a mí, porque días más tarde supe que todo lo vivido con Agatha era una apuesta entre su amiga y ella de que sería la encargada de robarme mi virginidad.


Después de haberme enterado de esa maldad nunca más le dirigí la palabra. No por ser una persona extremista sino que realmente me rompió el corazón de manera infantil. Además, toda su persona perdió credibilidad para mí. A veces me consuelo pensando que quizas estar conmigo fue un acto de rebelión (no les caía muy bien a su padres), mientiendome sin sentido para no aceptar el hecho de que fui engañado vilmente. No obstante, como pudieron constatar entre momentos pienso en ella y no puedo evitar jadear y suspirar con pasión.

No hay comentarios: