viernes, 11 de febrero de 2011

¿Diferentes?

Estaban sentadas en un banco de plaza, sin embargo ninguna de las dos se miraba. Cada una sentada en un extremo, la brecha que las separaba se aplicaba incluso a su vestimenta. Una vestía de colores y a la otra la cubría un habito de color blanco y gris. Una lloraba y la otra alimentaba las palomas. Eran dignas de ser fotografiadas.
De repente, el silencio que habitaba en la plaza se quebró con el estruendo del llanto de Clara. Las palomas volaron, la brisa se desvaneció, las hamacas se detuvieron y la Hermana María de Jesús se volteo a mirarla. Sus ojos azules penetraron la piel de Clara, quien al sentirse observada empezó a limpiarse la nariz y a secarse sus lágrimas. Los minutos pasaban y el silencio retorno a su curso natural. Calma.
Coordinadas, cada una se movió al centro del banco.
Hola- dijo Clara en voz baja.
Hola, Hija- replicó serenamente la Hermana María. Pero, al ver que aún escapaban lágrimas de los ojos de Clara, con cuidado pregunto -¿por qué lloras, criatura de Dios? Es una hermosa tarde como para estar triste.
¿Qué?- exclamó Clara, quien parecía estar perdida en tiempo y espacio. ¿Me dijo algo señora?
Sí, le pregunté ¿por que llora? Pero, si no me quiere contar esta bien-
Al terminar la frase la monja sonrió con calidez.
Duditativa, Clara vio en la presencia de aquella mujer cierta tranquilidad perturbadora. La forma en que estaba vestida la atemorizaba por alguna extraña razón. Sin embargo, la manera en que la miraba le infundía paz.
Lo que me pasa, Hermana- empezó diciendo- es que estoy triste. Hace poco me violaron.
La cara de María se torno pálida y estaba vez el silencio reinante se rompió con un grito de horror.
No espere, Hermana, no es lo que parece. Yo deje que lo hicieran, porque creí que quería a ese hombre. La verdad es que no es así- dijo Clara con total honestidad. Lo que Cristo es para ustedes, mi cuerpo lo es para mí. Yo soy mi propio templo y religión, simplemente que como todo pecador he fallado. Le entregué mi vida a un hombre que no quería, solo para olvidar a otro. Me siento sucia, me siento vacia, me siento nada. Y nuevamente se largo a llorar.
Asombrada por el relato, la Hermana María de Jesús no sabía si abrazarla o llamarla una hereje. Entonces, se miro su ropa, la ropa de la otra, los pajaros que volaban alrededor, el sol, el follaje de los arboles y su crucifijo. Pensó: hace cuanto que no sé lo que es ser mujer, por someterme a mi religión yo también perdí mi cuerpo.

Al final no eran muy distintas.

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